La historia de La chica del tren es la vieja historia de la ancestral guerra de sexos, esta vez teñida del color de la violencia, la tragedia y la brutalidad y vista desde el prisma del suspense de corte ligeramente paranoico y sumamente pesimista. Son frecuentes los pasajes en los que llueve, en los que los personajes se hacen daño o sufren de heridas, en los que se habla de la suciedad y del desorden, del asco y de accidentes somáticos con fluidos repugnantes -cortes, vómitos-, del vacío espacial que es un trasunto del vacío existencial de unos personajes que están unidos por su insatisfacción vital. Por supuesto, lo que vende de La chica del tren es su componente de thriller. Sin embargo, en mi opinión, no es la mejor aportación de esta novela, porque, siendo muy entretenido -que lo es-, no está a la altura de la campaña publicitaria que se le ha hecho -y es imposible que ningún libro lo esté. Al parecer y según propia confesión, Paula Hawkins escribió este libro bajo la presión del ultimátum: triunfar -tras una serie de novelas románticas, igual que dama Agatha Christie- o dejarlo. Ha triunfado. Y quizás sin ella darse cuenta, en esa escritura apremiada por el estrés del éxito elusivo ha dejado algo más estimulante que los elementos de un thriller veraniego.
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La historia de La chica del tren es la vieja historia de la ancestral guerra de sexos, esta vez teñida del color de la violencia, la tragedia y la brutalidad y vista desde el prisma del suspense de corte ligeramente paranoico y sumamente pesimista. Son frecuentes los pasajes en los que llueve, en los que los personajes se hacen daño o sufren de heridas, en los que se habla de la suciedad y del desorden, del asco y de accidentes somáticos con fluidos repugnantes -cortes, vómitos-, del vacío espacial que es un trasunto del vacío existencial de unos personajes que están unidos por su insatisfacción vital. Por supuesto, lo que vende de La chica del tren es su componente de thriller. Sin embargo, en mi opinión, no es la mejor aportación de esta novela, porque, siendo muy entretenido -que lo es-, no está a la altura de la campaña publicitaria que se le ha hecho -y es imposible que ningún libro lo esté. Al parecer y según propia confesión, Paula Hawkins escribió este libro bajo la presión del ultimátum: triunfar -tras una serie de novelas románticas, igual que dama Agatha Christie- o dejarlo. Ha triunfado. Y quizás sin ella darse cuenta, en esa escritura apremiada por el estrés del éxito elusivo ha dejado algo más estimulante que los elementos de un thriller veraniego.